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Lecturas contra el tedio veraniego

La verdad es que he tenido un poco abandonado el blog los últimos meses y me he prometido enmendarme. En realidad son muchas las veces que me gustaría escribir y muchos los temas sobre los que hacerlo, pero escribir lleva tiempo y el tiempo es , precisamente, un bien escaso en los tiempos que corren. Ya lo decía Joan Manuel Serrat: "...nos bebemos la vida de un sorbo..." (generalmente, sin tiempo para saborearlo).

Una de las cosas buenas de las vacaciones (aunque sean breves) es disponer de un poco de tiempo para hacer algunas cosas casi imposibles durante el periodo laboral. Por ejemplo, leer. Es una de mis pasiones sacrificadas (como otras muchas, dicho sea de paso). Pero en las últimas semanas le he puesto algo de remedio y me he aventurado con 3 libros, dispares entre sí, pero absolutamente fascinantes. Dos de ellos, sin conexión aparente con la música, son los que más me han hecho disfrutar y me gustaría compartirlos con todo el que quiera en este blog.

El primero ha sido El nombre del viento de Patrick Rothfuss. Con muchas reticencias al principio, eso sí, porque el "tufo" a literatura fantástica (que no es de mi predilección), me ponía, sin quererlo, en una actitud clara de prejuicio que, creí, no me iba a permitir pasar de las primeras 20 hojas (lo de las 20 hojas, tiene relación con un consejo que una buena amiga, profesora de literatura y gran devoradora de libros, me dió hace ya algún tiempo: si un libro no te ha enganchado en las 20 primeras páginas, déjalo -o algo similar). Pues bien, lo que creí que sería una cuento fantástico para adolescentes, me ha tenido esclavizada durante sus 872 páginas. La imaginación y creatividad, la poesía, el ritmo, los colores, los personajes...todos los ingredientes (para mi juicio inexperto, confieso) para disfrutar de un paisaje diferente, diríase imposible, pero convertido en un mundo más real que los macarrones con tomate que preparo a mis hijos, y que me ha hecho regresar a otra época de mi vida, la de los ojos abiertos de par en par transformando la realidad en sueños inalcanzables pero más estimulantes que el mundo real que nos rodea...De pronto he tenido todas las edades: he sido niña a la que le contaban un cuento de dragones que escupen fuego azul; he sido adolescente embriagada por los poderes mágicos de pócimas, palabras y gestas de un protagonista atípico y terriblemente atractivo; he sido mujer madura que al ir leyendo se iba reconociendo en tantos detalles, especialmente los que claramente estaban relacionados con el mundo de los sentimientos, las abstracciones, las relaciones humanas, las jerarquías de poder, y también la pobreza, el sentimiento de supervivencia, la capacidad de superación, la confianza en uno mismo, las pasiones más bajas frente a las más elevadas; y, por último, también me he sentido anciana, con la sabiduría que da la experiencia, las vivencias irrepetibles...

Pensar que conocer el nombre de las cosas (el nombre profundo, no el sustantivo con que las nombramos gramaticalmente) te da acceso a fundirte con ellas- y ellas contigo- como si fueras parte de la misma sustancia de la que están hechas me parece una idea realmente bella y fascinante. Poder invocar al viento para ser parte del mismo viento es una fantasía, sí, pero esperanzadora, mágica; una aspiración-locura que nos invita a vivir otra dimensión del mundo y lo que nos rodea. No se cómo explicar esa sensación de eternidad, de pertenecer a las cosas y que ellas te pertenezcan a su vez, de sentir que todo es posible, que la magia existe en nosotros a nada que conozcamos el modo de nombrar/invocar la esencia última de lo que aparentemente nos es ajeno ... ¿Y si fuera posible?

No puedo hacer una crítica literaria del libro de Rothfuss porque sería una osadía por mi parte, pero puedo decir que leer "El nombre del viento" me ha hecho feliz.


El otro libro que he tenido en mis manos ha sido el de Muriel Barbery, La elegancia del erizo. Una auténtica gozada para los sentidos y, muy especialmente, un masaje reparador para el intelecto adormecido de tanta mediocridad, o si se prefiere, de tanta tibieza intelectual. Un libro en el que el lector se siente inteligente porque la autora, con una infinita generosidad, da por supuesto que así es. Lenguaje sencillo en apariencia, pero tremendamente elocuente para expresar ideas finísimas. No se trata, por otro lado, de grandes ideas (las situaciones que se describen son tan cotidianas que difícilmente podrían sernos incomprensibles), pero expresadas de tal modo (empleando la ironía muy a menudo) que se presentan ante nosotros brillantes, refinadas, únicas.

Partiendo de recursos literarios propios de la novela costumbrista, nos presenta un formato original en cuanto a la estructura de los capítulos. Cada capítulo trata de una idea suscitada por una situación común, trivial si se quiere, a la que los personajes principales (dos mujeres en dos etapas diferentes de su madurez) van sacando punta con una agudeza asombrosa. Hay múltiples referencias al Arte, con mayúsculas, especialmente a la literatura rusa y japonesa, al cine, a la música...Y debajo de todo ello una crítica mordaz a la estupidez de una sociedad que ha perdido el norte y que, como dice la autora en boca de uno de sus personajes, "vive metida en una pecera", nadando de un lado a otro, dentro de los límites curvos del cristal, observando el exterior, pero irremediablemente confinada al pequeño espacio acuoso que, por voluntad propia, ha decidido convertir en su espacio vital (para tener la ilusión de protección).

Hay que leer el libro para saborearlo de verdad; no me veo capaz, una vez más, de trasmitir fielmente el placer que he sentido con esta pequeña joyita. Me quedo con una frase del final de uno de los capítulos: "El Arte es la vida, pero con otro ritmo". Dicho así, parece ambiguo y sin mucho fundamento; pero después de leer todo el capítulo (apenas dos páginas), uno sólo puede sonreir, como lo hacen los bobos... porque sí; porque así es.

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